EL ABANDONO DE LO RURAL POR EL PROGRESISMO ESPAÑOL

Decía el sociólogo Jesús Ibáñez que las rayas -bordes o fronteras- generan distinción, por lo que para que exista esta distinción alguien tiene que haberla trazado; para que alguien las haya trazado, los dos lados de la distinción tienen que diferir en valor para éste. En general, dice Ibáñez, los que mandan trazan distinciones, mientras los mandados meramente deciden entre las opciones que le generan, distinciones que los constituyen, por ejemplo, un trabajador. Así, según Ibáñez: “Una lucha de clases es una regla de juego que hace que un jugador gane siempre y el otro pierda siempre. Por ejemplo: en el mercado laboral, el capitalista puede ganar y el trabajador debe perder: el capitalista tiene, el trabajador no, capital (la única baza en el juego).”

De la misma manera, la relación entre el mundo rural y el mundo urbano está regulada en lucha de clases, una relación opresor-oprimido. Como dice Ibáñez, los que viven en los pueblos son clase oprimida, los que viven en la ciudad clase dominante.

El campo exporta a la ciudad alimentos y materias primas, mientras que en la ciudad son transformados en productos elaborados que vuelven al campo para ser consumidos en forma de residuos. Pero en este flujo, los urbanitas explotan a los del pueblo. Los explotan cuantitativamente: la ciudad compra cuantitativamente a precios bajos y vende sus productos a precios altísimos, el campesino paga por una tónica más del doble del precio al que vende un litro de leche. Los explota cualitativamente, los campesinos sustituyen muebles de madera noble por muebles baratos de una multinacional o pucheros por sopicaldos en pastillas… Y, tradicionalmente, la ciudad ha explotado al campo en lo referente a la fuerza de trabajo. Los del campo debían trabajar en condiciones paupérrimas para que los de la ciudad siguieran comprando barato o, si decidían emigrar a la ciudad, los del campo que llegaban a la ciudad conseguían los trabajos que los urbanitas no aceptaban, y las mujeres llegaban al servicio doméstico, en el mejor de los casos. En cambio, la ciudad envía al campo: médicos, curas, farmacéuticos, secretarios, maestros…

Con el desarrollo de la sociedad global neoliberal, esta relación campo-ciudad se traslada de manera exacta a la relación occidente/países en vías de desarrollo. De esta manera, los países desarrollados importan alimentos muy baratos de los países en vías de desarrollo mientras le venden productos elaborados mucho más caros e innecesarios, además de llevarles multitud de residuos. A su vez, occidente recibe la fuerza de trabajo d ellos países en vías de desarrollo que ocupa los puestos que no quieren sus propios trabajadores por las condiciones inhumanas; mientras que las mujeres trabajan en el servicio doméstico, cuando no en la prostitución.

La consecuencia de que la relación campo/ciudad se haya trasladado a la relación países desarrollados/países en vías de desarrollo no significa que esto haya tenido buenas consecuencias para el campo. La importación de productos alimenticios baratos de otros países recolectados o producidos en condiciones de semiesclavitud (o directamente esclavitud) ha hecho que el campo debilite aún más su tejido productivo. Pequeñas tiendas de alimentación y campesinos no pueden competir con grandes cadenas de alimentación, los carpinteros no pueden competir con grandes multinacionales de muebles baratos y las modistas no pueden competir con multinacionales del textil que venden ropa en fábricas de mujeres que mueren de pobreza y agotamiento. A su vez, la universalización de la educación ha aumentado el valor de la fuerza de trabajo rural, que termina emigrando a las ciudades en busca de mejores condiciones de trabajo, lo que ha llevado a la desaparición de multitud de pueblos.

Paralelamente, en los pueblos que sobreviven, la fuerza de trabajo permanece en condiciones paupérrimas como jornalero -tratando de competir por abajo con la fuerza de trabajo proveniente de países desarrollados-; como autónomos de pequeños negocios dependientes de los productos elaborados y residuos de la ciudad; como pequeños campesinos tratando de competir en condiciones injustas o desiguales o; en el mejor de los casos, generalmente cuando se ha podido acceder a la Universidad, como trabajadores de una empresa de la ciudad que se lleva la plusvalía y, por tanto, el beneficio que le genera este trabajador además del dinero de sus clientes del pueblo en multitud de ocasiones.

Dicho todo esto, se puede entender que la variable rural es y ha sido una variable de desigualdad como lo es la clase social, el género o el ser inmigrante -sin entrar demasiado en las pautas de comportamiento urbanas y burguesas requeridas para la mayor parte de puestos de trabajo que daría para varios artículos-. Sin embargo, a menudo, esta no ha sido -ni es- tratada como tal, ni por la mayoría de los estudios sociológicos – incluidos estudios de desigualdad social-, ni por buena parte de la izquierda o el progresismo que tanto se ha preocupado – al menos de boca- en incluir los diferentes grupos oprimidos anteriormente mencionados (género, inmigración, clase social…).

Tal es así que, en los inicios de un nuevo partido político en la España pos-15M, cuando una voz tímidamente trataba de plantear hacer campaña y tratar de llegar a las zonas rurales de Andalucía, esto era automáticamente ignorado por la totalidad del partido y, especialmente, de jóvenes de ciudad en su mayoría cuando no, rurales urbanizados que presumían de incluir todos los sectores que sufren desigualdad. “La estrategia era llegar con el voto urbano”. Una pena porque el voto rural, a pesar de ser más difícil de doblegar, es más fiel. En aquella campaña, sin pisar prácticamente pueblo alguno, aquel partido quedó tercero, cuando no segundo, en prácticamente la totalidad de pueblos de la provincia de Sevilla y de buena parte de Andalucía. Hoy día, sospecho que este partido, en su declive sin frenos, tenga demasiado éxito en alguna zona rural; cosa que sorprender teniendo en cuenta la experiencia en América Latina de muchos de sus dirigentes y su conocimiento sobre el MAS en Bolivia -entre muchos otros-, partido que continúa manteniéndose por la fidelidad de las personas de entornos rurales del país.

Como salida a esta situación, a la población rural les queda la seducción. La seducción que lleva a los urbanitas a irse un día a un pueblo a comprar un queso “de verdad”, a hacer un fin de semana de turismo rural para “conectarse con la naturaleza” o, de manera mucho más minoritaria, a organizarse en torno a grupos de consumo alimenticio de productos de cercanía que reduzca intermediarios -con el problema de que, en ocasiones, a algunos urbanitas les importa más que la manzana que consumen sea “Bio” o si la gallina que ha puesto el huevo esté en condiciones de libertad que si este tipo de consumo revierte o no las condiciones de explotación que hace la ciudad del campo o si las condiciones de trabajo de quien lo producen son unas condiciones de trabajo “dignas”-.

Esta seducción de lo rural a lo urbano está teniendo gran impacto en la esfera pública a través de jóvenes influencers que, desde lo rural, de una manera rabiosamente vanguardista y cosmopolita están consiguiendo llegar a miles de personas a lo largo y ancho del mundo hispanoparlante, mostrando su realidad, sus costumbres y sus trabajos, algunos de ellos desde una perspectiva absolutamente transformadora y renovadora hablando desde su posición como mujer o como miembro del colectivo LGTBI+ a pesar del abandono que la izquierda institucional hizo de ellos.

Decía Ibáñez que la relación ciudad/campo es una oposición. La seducción implica una burla a las oposiciones. La seducción es el arma secreta de las clases oprimidas. Sin embargo, ni estas seducción desde lo rural de manera, moderna, vanguardista y Cosmopolita ni el desembargo en el congreso de iniciativas como “Teruel existe” ni otros intentos de organización similares, han hecho recapacitar a los jóvenes progresistas urbanos. Ni siquiera a los “jóvenes populistas” cuya intencionalidad de “construir un pueblo” incluyendo los sectores oprimidos, degradados, silenciado por las oligarquías, a menudo se les quedó “coja” porque jamás movieron un dedo para hacer sentirse incluidos a multitud de autónomos, pequeños campesinos, hosteleros o jornaleros y resto de población perteneciente al pueblo, al campo, a lo rural. Como dice Afonso Ortí:

 Identificar una ideología como “populista” requiere superar una estigmatización “proburguesa” como una forma burda de demagogia para recuperar su auténtico significado histórico: el de una ideología antioligárquica de los movimientos sociales de resistencia de las capas populares -pequeño campesinado/artesanos/pequeña burguesía mercantil, el movimiento jornalero etc…frente a los procesos de desestructuración/ reestructuración económica centralizadora en beneficio del gran capital.

En definitiva, esperemos que el progresismo español algún día se dé cuenta del evidente e injusto abandono que ha hecho de lo rural y que pueden empezar a pagar caro. De momento, la extrema derecha se ha dado cuenta y va varios pasos por delante, haciéndoles más caso, acompañándolos en sus manifestaciones y generando apoyos y simpatías.

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